jueves, 4 de noviembre de 2010

LOS DONES DE DIOS

Dones ofrecidos a todos

"Una vez, en el pozo de Jacob, Jesús pidió a una mujer samaritana que le diese agua para beber. Ella de momento rehusó dársela, a causa del antagonismo existente entre judíos y samaritanos.
Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva." (Jn. 4,10).

Si nosotros supiéramos podríamos ir a la gran fuente de felicidad verdadera.

El "don de Dios" que Jesús ofrece a todos es lo que nosotros llamamos la divina gracia o gracia santificante. Es la vida divina dentro de nosotros. Jesús le llama "agua viviente" o "agua que da vida" porque es el principio de la vida eterna en el Cielo.

Gracias a esta vida divina nos volvemos participantes de la naturaleza divina, como nos dice san Pedro (2.a carta, 1,4) : "... nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina...".Gracias a este don de la vida divina nos convertimos en hijos de Dios. San Juan dice: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1 Jn. 3,1).

Nos convertimos en hijos de Dios no en el pleno sentido en el que Jesús es el Hijo del Padre, sino en un sentido analógico y, sin embargo, verdadero. Y siendo hijos de Dios tenemos derecho a estar

con Dios, el derecho a ir al Cielo, la casa, por así decir, del Padre. Si caminando por los campos entablamos conversación con algún muchacho del lugar le preguntamos: "¿dónde está tu casa?", él tal vez señale una casa y diga: "ésta es mi casa."

En realidad él indica la casa de su padre y tiene razón, porque la casa de su padre es verdaderamente su casa. El tiene derecho a morar en ella. El don de nuestra existencia y vida es muy precioso. Pero sería comparativamente de poco valor, si no fuese seguido del don de la feliz vida eterna.
"Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna"(Jn. 3,16).

Dios Hijo se hizo hombre por cada uno de nosotros. El es nuestro Salvador. En la cruz El se ofreció a sí mismo al Padre, para expiar los pecados de todos y para ganar la gracia de la salvación, incluso para aquellos que en la vida presente nunca llegarán a conocerle.

Jesús, asimismo, dio a todos su enseñanza y el ejemplo de su vida. "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la Creación." (Mc. 16,15). La Buena Nueva es que, gracias a Jesucristo, nosotros podemos devenir hijos de Dios y alcanzar la eterna felicidad del Cielo como nuestra herencia.

Y Jesús nos dio a nosotros los cristianos, la eucaristía y los otros sacramentos como canales de la divina gracia. Refiere un cuento sobre santo Tomas de Aquino que un día se le apareció Jesús y le dijo: "Tomás, tú has escrito acertadamente sobre Mí. ¿Qué dádiva quieres de Mí?" Y Tomas de Aquino contestó: "Ninguna, excepto Tú mismo Señor."

Este es el don principal. Recibiendo a Cristo y entregándonos a El encontraremos la verdadera y perdurable felicidad. Con frecuencia los sacerdotes en su trabajo pastoral son testigos de situaciones desgraciadas de personas que en su tristeza, descorazonamiento o desespero recurren a la bebida y con ello aumentan sus problemas.

Ellos habrían procedido mejor volviéndose hacia Dios, que puede darles la luz de la esperanza, la certeza de la paz, la fuerza y la guía - para enfrentarse con la situación. Dice san Pablo: "Yo sé lo que es estar necesitado y sé también lo que es estar sobrado. He aprendido este secreto de manera que siempre y en todo lugar yo estoy contento tanto si estoy saciado como si estoy hambriento, lo mismo si tengo demasiado que si tengo poco. Yo tengo el vigor para enfrentarme con todas las circunstancias por el poder que Cristo me da" (F1p. 4,12-13).

En la misma epístola, san Pablo escribe: "Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura para ganar a Cristo" (Flp. 3,8).

Podemos estar agradecidos por todos los dones de Dios incluso si por nuestra pereza y estupidez hemos fallado en aceptarlos tan plenamente como debiéramos.

Dones sobrenaturales personales

Los dones de la gracia ofrecidos a todos son también dones personales y pruebas del amor de Dios, como queda explicado en el capítulo anterior. Existen otros dones de orden sobrenatural que son estrictamente personales. Ellos demuestran, por así decir, un amor de predilección por parte de Dios.

Me agrada imaginar que en el Cielo será una agradable y excelente ocupación el recordar todos los dones especiales que he recibido en mi vida sobre la tierra. Fue una gran bendición, por ejemplo, el haber nacido de buenos padres. Asimismo el haber crecido en un ambiente sano protegido contra el daño espiritual.

Probablemente cuando estemos en la eternidad, nos daremos cuenta de que algunos de los acontecimientos afortunados que habíamos siempre considerado como fortuitos y felices coincidencias, fueron en realidad providenciales. Con frecuencia, nosotros vamos olvidando nuestros pecados y gracias al sacramento de la confesión estamos seguros de que Dios los ha perdonado.

Hemos recibido muchas veces el pan eucarístico gracias al cual llegamos a estar mas unidos con Cristo. Y cuando recibimos la eucaristía, y en otras muchas ocasiones, Dios nos guía y nos da paz y fortaleza. Tal vez en el Cielo comprenderemos que muchos de los sufrimientos y tribulaciones que hemos pasado en la tierra, fueron ocasión de grandes beneficios espirituales concedidos por Dios.

Dios se nos ha dado a Sí mismo junto con muchos favores y bendiciones y Dios desea darse aún más a nosotros. Déjate llevar por el amor de Dios y sé feliz.

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