jueves, 4 de noviembre de 2010

LOS DONES DE DIOS

Dones ofrecidos a todos

"Una vez, en el pozo de Jacob, Jesús pidió a una mujer samaritana que le diese agua para beber. Ella de momento rehusó dársela, a causa del antagonismo existente entre judíos y samaritanos.
Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva." (Jn. 4,10).

Si nosotros supiéramos podríamos ir a la gran fuente de felicidad verdadera.

El "don de Dios" que Jesús ofrece a todos es lo que nosotros llamamos la divina gracia o gracia santificante. Es la vida divina dentro de nosotros. Jesús le llama "agua viviente" o "agua que da vida" porque es el principio de la vida eterna en el Cielo.

Gracias a esta vida divina nos volvemos participantes de la naturaleza divina, como nos dice san Pedro (2.a carta, 1,4) : "... nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina...".Gracias a este don de la vida divina nos convertimos en hijos de Dios. San Juan dice: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1 Jn. 3,1).

Nos convertimos en hijos de Dios no en el pleno sentido en el que Jesús es el Hijo del Padre, sino en un sentido analógico y, sin embargo, verdadero. Y siendo hijos de Dios tenemos derecho a estar

con Dios, el derecho a ir al Cielo, la casa, por así decir, del Padre. Si caminando por los campos entablamos conversación con algún muchacho del lugar le preguntamos: "¿dónde está tu casa?", él tal vez señale una casa y diga: "ésta es mi casa."

En realidad él indica la casa de su padre y tiene razón, porque la casa de su padre es verdaderamente su casa. El tiene derecho a morar en ella. El don de nuestra existencia y vida es muy precioso. Pero sería comparativamente de poco valor, si no fuese seguido del don de la feliz vida eterna.
"Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna"(Jn. 3,16).

Dios Hijo se hizo hombre por cada uno de nosotros. El es nuestro Salvador. En la cruz El se ofreció a sí mismo al Padre, para expiar los pecados de todos y para ganar la gracia de la salvación, incluso para aquellos que en la vida presente nunca llegarán a conocerle.

Jesús, asimismo, dio a todos su enseñanza y el ejemplo de su vida. "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la Creación." (Mc. 16,15). La Buena Nueva es que, gracias a Jesucristo, nosotros podemos devenir hijos de Dios y alcanzar la eterna felicidad del Cielo como nuestra herencia.

Y Jesús nos dio a nosotros los cristianos, la eucaristía y los otros sacramentos como canales de la divina gracia. Refiere un cuento sobre santo Tomas de Aquino que un día se le apareció Jesús y le dijo: "Tomás, tú has escrito acertadamente sobre Mí. ¿Qué dádiva quieres de Mí?" Y Tomas de Aquino contestó: "Ninguna, excepto Tú mismo Señor."

Este es el don principal. Recibiendo a Cristo y entregándonos a El encontraremos la verdadera y perdurable felicidad. Con frecuencia los sacerdotes en su trabajo pastoral son testigos de situaciones desgraciadas de personas que en su tristeza, descorazonamiento o desespero recurren a la bebida y con ello aumentan sus problemas.

Ellos habrían procedido mejor volviéndose hacia Dios, que puede darles la luz de la esperanza, la certeza de la paz, la fuerza y la guía - para enfrentarse con la situación. Dice san Pablo: "Yo sé lo que es estar necesitado y sé también lo que es estar sobrado. He aprendido este secreto de manera que siempre y en todo lugar yo estoy contento tanto si estoy saciado como si estoy hambriento, lo mismo si tengo demasiado que si tengo poco. Yo tengo el vigor para enfrentarme con todas las circunstancias por el poder que Cristo me da" (F1p. 4,12-13).

En la misma epístola, san Pablo escribe: "Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura para ganar a Cristo" (Flp. 3,8).

Podemos estar agradecidos por todos los dones de Dios incluso si por nuestra pereza y estupidez hemos fallado en aceptarlos tan plenamente como debiéramos.

Dones sobrenaturales personales

Los dones de la gracia ofrecidos a todos son también dones personales y pruebas del amor de Dios, como queda explicado en el capítulo anterior. Existen otros dones de orden sobrenatural que son estrictamente personales. Ellos demuestran, por así decir, un amor de predilección por parte de Dios.

Me agrada imaginar que en el Cielo será una agradable y excelente ocupación el recordar todos los dones especiales que he recibido en mi vida sobre la tierra. Fue una gran bendición, por ejemplo, el haber nacido de buenos padres. Asimismo el haber crecido en un ambiente sano protegido contra el daño espiritual.

Probablemente cuando estemos en la eternidad, nos daremos cuenta de que algunos de los acontecimientos afortunados que habíamos siempre considerado como fortuitos y felices coincidencias, fueron en realidad providenciales. Con frecuencia, nosotros vamos olvidando nuestros pecados y gracias al sacramento de la confesión estamos seguros de que Dios los ha perdonado.

Hemos recibido muchas veces el pan eucarístico gracias al cual llegamos a estar mas unidos con Cristo. Y cuando recibimos la eucaristía, y en otras muchas ocasiones, Dios nos guía y nos da paz y fortaleza. Tal vez en el Cielo comprenderemos que muchos de los sufrimientos y tribulaciones que hemos pasado en la tierra, fueron ocasión de grandes beneficios espirituales concedidos por Dios.

Dios se nos ha dado a Sí mismo junto con muchos favores y bendiciones y Dios desea darse aún más a nosotros. Déjate llevar por el amor de Dios y sé feliz.

EN QUÉ CONSISTE LA FELICIDAD

La felicidad consiste en amar y ser amado

Permitidme primero que os diga en qué no consiste la felicidad. Recuerdo haber leído que el multimillonario Rockefeller, ya viejo, al dar gran parte de su fortuna al gobierno para fines filantrópicos, dijo a un periodista que nunca había sido feliz. Todo el mundo sabe que la prosperidad material no necesariamente significa felicidad, pero en la práctica los hombres parece que no lo recuerden.

La felicidad no consiste ni en el placer, ni en la vida cómoda ni en la ausencia del dolor. Circunstancias extrínsecas como la riqueza, y especialmente la seguridad material, pueden contribuir en gran manera a la felicidad propia, pero la felicidad no está fuera de nosotros, no está en las cosas materiales, sino dentro de nosotros. Consiste sobre todo en nuestra reacción interior a las circunstancias en las que nos encontramos.
Jesús no vio contradicción alguna entre sufrimiento en esta vida y felicidad. El dijo: "Bienaventurados los que lloran..." (Mateo), y en la novena Bienaventuranza El dice: "Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos" (Mt. 5, 11).


San Lucas en su trascripción del Sermón de la Montaña, emplea palabras similares:"Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis" (S. Lc. 6,21).La experiencia humana también confirma que sufrimiento y felicidad no son necesariamente incompatibles ni se excluyen entre sí. He oído la historia de seis hermanas. La más joven enfermó de polio y quedó parcialmente tullida. La gente decía refiriéndose a ella: "Pobrecita, tan joven y bella y ahora constreñida a una silla de ruedas". Las otras hermanas contrajeron magníficos matrimonios y criaron espléndidas familias. En cierta ocasión, cuando ya habían alcanzado todas ellas los cincuenta o sesenta años, tuvieron la suerte de poder pasar juntas unos días de vacaciones. Charlaron largamente y comparando sus vidas se dieron cuenta de que "la pobrecita, la tullida", había sido la más feliz de todas.

¿En qué consiste, pues, la felicidad?

Amar y ser amado (por algunos, por lo menos) nos hace felices. No estamos hablando de un amor egoísta y calculador, sino del amor que hace airosamente llevaderas las molestias y sufrimientos, con desenvoltura y espontaneidad e incluso a veces con alegría.

En este amor no hay sombra de queja o lamentación, aunque puede existir una franca manifestación de los sentimientos experimentados. Y si a alguno se le dan las gracias por su amor o ayuda, éste puede decir con sinceridad "fue un placer".

Esta clase de amor será seguramente aceptado por los demás, al menos después de cierto tiempo y motivará una respuesta de estimación y amor. Y de esta suerte, amando y siendo amado, se obtendrá normalmente la felicidad. Lo que es cierto en las relaciones humanas, es todavía mas cierto en nuestras relaciones de amor con Dios. En ellas Dios es el primero en amar. Si yo estoy convencido del amor personal de Dios por mí (y todavía mejor, si yo he experimentado este amor), yo seré feliz, tal vez excesivamente feliz y esta convicción es el principal manantial de felicidad interior.

En el próximo capítulo hablaremos de cómo llegar a convencernos del amor que Dios tiene a cada uno de nosotros y cómo amarle a El en correspondencia.

El sufrimiento puede ser hermoso

El amor es la cosa, mejor dicho, la emoción más bella que existe. Pero, como hemos dicho antes, el amor en este mundo, incluso el amor verdadero, con frecuencia lleva una carga de sufrimiento. Pero incluso así, puede ser todavía un manantial de felicidad.

Ello nos lleva a exponer la paradoja de que lo más hermoso, mejor dicho la experiencia más hermosa de este mundo, puede ser el sufrimiento, sufrimiento llevado, naturalmente, con amor. Para los cristianos, la Cruz, la aterradora Cruz, es hermosa porque es el signo y la prueba del amor que Dios nos tiene. Como acabamos de decir, la cosa mas hermosa es el amor.

Pero en este valle de lágrimas el verdadero amor sólo puede ser puesto en evidencia por la disposición a sufrir por los seres amados. En las relaciones humanas el signo inequívoco del amor y la mejor prueba de amor es el sufrimiento llevado con amor. Así, podemos decir que en este mundo el sufrimiento puede ser hermoso en tanto que es una prueba genuina de amor. El sufrimiento, culminando en la muerte, es la mayor prueba de amor. "Un hombre no puede dar mayor prueba de amor que entregar su vida por sus amigos", dice Jesús.

A pesar del terror y la agonía, el martirio y la muerte de los héroes es hermoso porque, con su muerte, ellos proclaman la ley del amor en medio del odio y la violencia que prevalecen en el mundo. Podemos recordar al Padre Maximiliano Kolbe, proclamado Santo por Juan Pablo II. Fue una horrible muerte lenta de sed, hambre y frío, en las celdas de "la muerte por hambre". El se había ofrecido voluntariamente para morir en lugar de otro prisionero condenado que tenía mujer e hijos. ¿No es ello hermoso?

Leyendo relatos históricos y novelas, o viendo películas, en escenas de gran sufrimiento soportado por amor, decimos, tal vez con lágrimas de emoción en los ojos: ¡Qué hermoso! Hay algo peculiar en el mundo actual: en él hay dolor encadenado con el amor.

En el Cielo sólo hay amor sin sufrimiento alguno. En el Infierno sólo hay sufrimiento y no hay amor. En este mundo el sufrimiento puede ser hermoseado por el amor y por lo tanto puede llegar a ser una causa de felicidad.

El ejemplo del amor conyugal

Ama a los otros y hazles felices. Haciéndoles felices tú también serás feliz. Esto se puede aplicar a todas las circunstancias y personas pero más particularmente en la más íntima forma del amor humano. El amor en la vida matrimonial.

Podemos habernos reído con las bromas sobre los matrimonios: "Primero fue una sortija de compromiso, después siguió un anillo de boda... y algún tiempo después fue el sufrimiento". Puede que sea así en muchos matrimonios, pero en las familias felices, en las que existe el verdadero amor mutuo, el sufrimiento, ocasional y aun prolongado que puede presentarse, probablemente provocará un mayor amor y una unión más íntima y como consecuencia una mejor suerte de felicidad.

Hace pocos días, el Magistrado del distrito y su ayudante acamparon en Talasari y visitaron por algún motivo las instalaciones de nuestra Misión. Fueron con talante amistoso y deseosos de conversar. En el pasillo vieron una fotografía en color de gran tamaño que despertó su curiosidad. Era un grupo fotográfico de 25 parejas que habían asistido a un corto curso prematrimonial seguido por un retiro de tres días que yo dirigí.

El Magistrado preguntó: "¿Qué les ha dicho Ud. durante todos estos días?". Yo, bromeando, contesté que les había dicho: "Muchachas, vais a casaros. Magnífico. Ahora bien, si queréis ser felices vosotras sólo tenéis un camino: haced felices a vuestros maridos. Yo os aseguro a todas que si vuestro marido es verdaderamente feliz, vosotras también seréis felices". Y después dije a los novios: "Muchachos, haced felices a vuestras mujeres con amor generoso y atento. De ahora en adelante, solamente si vuestras mujeres son felices vosotros podréis ser felices".

Aquella misma noche me llegó noticia de que el Magistrado y su compañero, hablando de su visita a la Misión, habían estado diciendo que un anciano sacerdote les había explicado cosas maravillosas sobre la vida matrimonial. Y yo sólo les dije lo que he referido. Su laudatoria sorpresa puede ser consecuencia de la frecuente ausencia de la busca de la felicidad en la vida matrimonial. Con frecuencia cada uno de los cónyuges trata de "domesticar" al otro (he oído alguna vez esta expresión), o, cuanto menos, que se adapte a sus deseos egoístas en lugar de intentar hacerle feliz.

Una actitud psicológicamente útil

Un formal deseo de amar a los demás, incluyendo tal vez el deseo de amar a alguien más íntimamente, puede traer a nuestra mente sentimientos de satisfacción y felicidad. El deseo consciente de amar a todos los que nos rodean es un don de Dios por cuya obtención debemos rogar con frecuencia.

Había empezado a escribir este capítulo cuando un muchacho de nuestra residencia, un aborigen alto, de unos quince años, llegó a mi habitación para pedirme consejo. Generalmente, yo termino las entrevistas de este tipo con una pequeña plegaria por el visitante.

En este caso particular, antes de empezar mi oración, le pedí al muchacho que reflexionase un poco y me dijese por qué le gustaría que yo rezase. Le dije: "¿Qué es lo que más deseas?". Después de unos momentos de reflexión me contestó el muchacho: "Lo que más ansío es tener paz espiritual y saber cómo amar a todo el mundo". Sabias palabras. Ellas expresan la actitud que todos debiéramos tener. Y las últimas palabras, "el saber cómo amar a todo el mundo", pueden darnos un programa de vida.

El segundo componente del aforismo "La felicidad consiste en amar y ser amado", necesita unas palabras de advertencia. El deseo de ser estimado y de amar a los demás es sano psicológicamente, pero no se debe ir buscando la estima y el amor por un camino equivocado. Un deseo sano de ser amado por los demás tiene que ser en cierta manera desprendido. Una excesiva preocupación por obtener el aprecio de los demás puede frustrar el propósito.

Especialmente no debemos tratar de manipular o seducir por decirlo así, a los demás para que nos aprecien y quieran. Si uno trata de comprar la estima y el amor de los demás no obtendrá de ellos verdadero amor y tampoco la felicidad.

Nosotros no podemos obtener siempre una correspondencia como quisiéramos a nuestro amor, pero amando verdaderamente a los demás el saber que nuestro amor es, en cierto modo, reconocido, puede resultar sumamente gratificante. Muchos padres tienen la experiencia de esta suerte de amor y reconocimiento de sus hijos. Lo importante, pues, es que nosotros amemos verdaderamente a los demás, con amor generoso y de entrega, y que no nos preocupemos demasiado en conseguir pruebas palpables de correspondencia a nuestro amor.

Los padres, especialmente, harán bien en tener presente esto cuando aguarden el aprecio y amor de sus hijos adultos. También los consortes deben tenerlo presente respecto a sus cónyuges y los amigos con sus amistades.

Años atrás le pregunté a un joven, ya cercano a los treinta, por qué no se había casado. Con voz triste me contestó: "porque no he encontrado la muchacha que me haría feliz". Yo le repliqué: "y temo que no la encontraras nunca. Más bien deberías buscar la muchacha a la que tú pudieras hacer feliz". No me sorprendería que nunca encontrase la muchacha que desea. Y probablemente sea mejor así, porque es un egoísta.

También conozco a un hombre viejo y muy rico que aparentemente tampoco ha encontrado "la muchacha que le haría feliz". A su avanzada edad todavía espera que se casará algún día. Una vez me dijo que le gustaría casarse con una enfermera, porque así podría cuidarle bien. Y añadió, susurrando confidencialmente, que en su testamento había dispuesto que, caso de casarse, su viuda percibiese un legado de un millón (de la moneda del país) por cada año de su vida matrimonial con ella.

¡Es conveniente que no se case nunca! No podéis conseguir por soborno el pasaje hacia el amor y la felicidad.

La finalidad de la vida del hombre en este mundo

De todo lo expuesto se deduce que el propósito esencial del hombre y lo que más le interesa en la vida presente, debe ser hacer la voluntad de Dios para conseguir, obedeciéndole, la felicidad del Cielo. Esto es el único objetivo realmente importante de nuestra existencia. Ciertamente la única tarea esencial en nuestras vidas es cumplir la voluntad de Dios y todos los otros intereses son secundarios. Si alguien deliberadamente deja de hacer la voluntad de Dios, su vida resulta carente de significado y finalidad, porque no hace aquello para lo que ha sido creado.

Si un reloj no señala la hora debe ser reparado y si no puede ser reparado puede ser desechado porque resulta inútil. No hace aquello para lo que fue construido. Del mismo modo que si un candado no cierra, puede ser eliminado porque no sirve para aquello para lo que fue hecho. Si nosotros en nuestra vida, no hacemos la voluntad de Dios, nuestra vida es igualmente carente de significado e inútil porque no hacemos aquello para lo que fuimos creados por Dios. Incluso, si uno posee grandes riquezas, tiene un gran poder político e influencia personal, si disfruta de una vida saturada de satisfacciones y deleites, pero deliberadamente rehusa hacer la voluntad de Dios, su vida carece de significado y de utilidad, porque ha fallado en la cosa mas importante de su vida.

Por otra parte uno puede estar enfermo, ser pobre o despreciado, pero si continúa haciendo la voluntad de Dios, su vida tiene una finalidad y está llena de sentido.

El seguir la línea vertical que nos guía hacia Dios significa no tan sólo el hacer lo que Dios quiere y cumplir sus mandamientos sino también el aceptar las circunstancias que Dios permite para nosotros. Haciendo mi retiro anual, en cierta ocasión me sentí muy inspirado por las siguientes palabras de Thomas Merton en su muy útil libro Semillas de Contemplación:

"Mi principal preocupación no debe ser conseguir placer, éxito, salud, vida, dinero, tranquilidad o incluso cosas como virtud y sabiduría; ni tampoco lo opuesto como dolor, fracaso, enfermedad y muerte, sino que mi propio deseo y mi alegría debe ser pensar en todo lo que me suceda: "Esto es lo que Dios ha querido para mí. En ello se encuentra su amor y, aceptándolo, yo puedo devolverle a El su amor y con él, a mí mismo."

Tomaso di Pietra atestiguó de santa Catalina de Siena: "Su semblante radiante y su santa sonrisa hacían que nada pareciese importante excepto el hacer la voluntad de Dios."

Hacer la voluntad de Dios es lo que nosotros llamamos "Santidad" y como dice santa Teresa "Santidad y Felicidad son dos hermanas que siempre van juntas".

HEMOS SIDO CREADOS PARA SER FELICES

Conocerse y cambiar

Cierto día Nuestro Señor dijo a Santa Teresa: «Teresa, qué ganas tengo de hablar a muchas almas, pero el mundo hace tanto ruido a su alrededor que no pueden oír mi voz. ¡Ah si se apartaran un poco del clamor del mundo!». Amigo, Dios quiere hablarte, pero a solas y en el silencio de la plegaria. Dile, como los profetas del Antiguo Testamento: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha» (1 Re. 3,9).

Los Apóstoles se dieron cuenta de la necesidad de la oración cuando veían que Jesús se retiraba del contacto con los hombres y se iba a un lugar desierto o a una montaña a orar. Lo hace en los momentos principales de su vida, antes de tomar una decisión importante y comprometida; al comenzar su vida pública se pasa cuarenta días en el desierto haciendo oración y ayunando -conviene que tú en estos días, tal como se te ha indicado en las Instrucciones, también añadas a tus ratos de oración algún sacrificio: haciendo algo que te cueste un poco, comiendo menos de lo más apetitoso, mortificando la vista o la postura. Jesús, no sólo buscaba el silencio y la paz de la oración, sino que invitaba a sus apóstoles a hacer lo mismo: «Venid aparte... y descansad un poco» (Mc. 6,31).

Nada de lo que sucede en el mundo y en tu vida está fuera de la providencia amorosa de Dios. Dios es un Padre que está pendiente de sus hijos. Su mirada amorosa está siempre velando por ti. El está muy interesado en este retiro que estás haciendo en el silencio de tu casa, en el jardín, o en el campo donde estás pasando unos días. Y puesto que El está interesado, te mandará su gracia abundantemente para que la aproveches. Su gracia que es luz -pues permite entrar en el interior de la conciencia y ver allí lo bueno y lo malo-, y que es fuego, que quema las impurezas y los rincones de suciedad que tienes amontonados en tu interior.

La gracia de Dios que te hace conocerte, y que te ayuda a conocer a Dios al mismo tiempo, es un don valiosísimo, un tesoro. Dios está dispuesto a dártela, quiere dártela, pero, para que no hagas un mal uso de ella y la aprecies en lo que vale, te la hará «sudar» un poco, es decir, no te la dará sin que antes la pidas con insistencia.

En el templo de Delfos de la Magna Grecia, había una inscripción en el frontón que decía: «Conócete a ti mismo». Este era para los filósofos el ideal de la sabiduría. No es nada fácil conocerse a uno mismo: porque estamos abocados hacia el exterior, hacia la actividad febril, y porque a todos nos molesta enfrentarnos con los defectos y pecados propios. Desanima mucho dar vueltas a nuestras miserias y errores; pero si lo hacemos al mismo tiempo que consideramos la bondad y paciencia de Dios con nosotros, entonces no nos desanima. Nos llenamos de alegría y confianza en el Señor que nos quiere a pesar de nuestros pecados, precisamente porque los tenemos y quiere ayudarnos a superarlos.

Cada uno tiene un punto más débil en su persona: un defecto que está en la base de sus pecados y que constituye lo que se llama defecto dominante. ¿Cuál puede ser el tuyo? ¿Eres quizá desordenado, perezoso, mentiroso, soberbio? ¿Te preocupas excesivamente de ti mismo y vives de espaldas a los

demás? ¿Te dejas arrastrar por lo cómodo -rehuyes todo esfuerzo- por lo sensible, por lo sensual? Conviene que descubras cuál es tu defecto. Si lo logras, habrás dado un buen paso para vencer en la lucha del alma puesto que tus enemigos te atacan por donde eres más débil: por el defecto dominante.

El sufi Bayazid dice acerca de sí mismo: «De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: 'Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo'. A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: 'Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho'. Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que he sido. Mi única oración es la siguiente: 'Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo. Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida».

Todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad. Casi nadie piensa en cambiarse a sí mismo. Y cuando intentemos cambiarnos a nosotros mismos y pidamos a Dios gracia para hacerlo...seremos felices.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Amigos.

¿No os pasa eso de que buscais cualquier excusa para no estudiar? pues en ese plan es en el que estoy yo ahora....

Hoy....me gustaria hablar de los 'Amigos', es una palabra tan tan subjetiva...desde que nacemos estamos al acecho de nuestras amistades, algunas no te aportan nada, otras te aportan demasiado, y otras son 'algo complicadas', pero bueno, lo importante es que ellos siempre estan alli para lo bueno y lo malo. Yo solo puedo decir es que las pocas 'grandes' amistades que tengo, son para siempre y eso es lo que importa.