viernes, 11 de febrero de 2011

Casa Xochiquetzal. Un refugio para prostitutas de la tercera edad

Un viejo edificio de Tepito, único en su tipo en el mundo, da techo y alimento a mujeres que han dedicado su vida al oficio de las caricias.


La lluvia afanosa pule el espejo que sobre el asfalto ha forjado a fuerza de repetición. Levanta los humores de la calle, olores a podrido, pestilentes, como los billetes que llegan a la mano de Mariana, quien por un rato dará cabida en su cuerpo a ese hombre de aspecto temible. Sopesa el riesgo velado de aceptar, pues el lenguaje violento lo conoce desde su temprana juventud. Sin pensarlo demasiado respira hondo y toma el dinero. Cobra 50 pesos por el rato de placer. Y mientras ese sujeto de cuerpo aplastante la besa y la muerde sin piedad, cobrando cada centavo pagado, ella cierra los ojos y se traslada con el pensamiento a otra parte. No pasan más de 10 minutos —tiempo con sabor a décadas— cuando al fin puede librarse de la pesada carga. Al palpar los pesos en la bolsa de su pantalón se distrae un poco. Tose por enésima vez y por sus encías, semicubiertas de raigones, escurre un poco de saliva.

Han pasado algunas horas desde que salió del hotel, ubicado a media calle de su lugar de trabajo en una callejuela del barrio de La Merced en la Ciudad de México, y muchísimos años de haber salido de su colonia natal, a la cual ya no regresa porque, dice, no tiene a qué, ni sus hijos quieren verla. Desamparada y hambrienta concilia el sueño interrumpido a ratos por las arcadas de su enferma garganta. Con el paso del tiempo, ella, igual que muchas de sus colegas, se ha dado cuenta del efecto premonitorio de las canciones de desamor; tenían razón, considera: su juventud se ha marchitado; el pelo, sus dientes, las caderas, los senos otrora perfectos se le han caído, la piel, gastada por tantas caricias pierde terreno frente a la de las nuevas chicas, más bonitas por ser jóvenes, más caras y más solicitadas.

Hoy el destino le sonríe, no fue golpeada y además podrá dormir no en una banca del jardín de la Plaza Loreto, refugio nocturno de menesterosos, sino en una cama de sábanas tiesas, rasposas pero secas. Otras no tienen la misma fortuna que Mariana. Comparten sus noches entre ratas y cartones para cubrirse del frío, y en tiempos como el de esta noche sin fin, de la lluvia.


CAFÉ Y AZÚCAR
Son las nueve de la mañana; la calle bulle de voces y los motores de autos escapan del tráfico; diableros —cargadores a sueldo— que se disputan clientes; ambulantes que arman sus puestos para iniciar la jornada diaria. Adentro de esta casona remozada se respira limpieza y tranquilidad. Al traspasar el umbral de este edificio del siglo XVIII uno puede huir de ese mundo que parece poder devorar a cualquier cosa o persona.

En el amplio comedor cuatro mujeres desayunan plácidamente… hasta mi llegada. Al mirarlas, pienso, escaparon de una película de Ismael Rodríguez, de ésas donde la abuela es piedra angular, eje y pegamento de la familia. Una de ellas, de figura quebradiza y pelo teñido, se levanta al instante en que pongo mi grabadora sobre la mesa, recoge plato y taza y se marcha silenciosa. Para mi sorpresa el resto de las señoras se carcajea como si hubiera roto algo sin darme cuenta. “No se apure joven, me dice la más desparpajada, se asustó, la pobre pensó que le pediría que fuera su novia, jajaja”, devuelvo la sonrisa y acepto la invitación a un café.

La cocinera, que ha visto todo, me extiende una taza humeante, azúcar y una sonrisa franca, cuando llega Carmen Muñoz, fundadora de Casa Xochiquetzal, refugio para prostitutas de la tercera edad, sitio idóneo para que 30 de sus colegas vivan dignamente, sin necesidad de dormir en las calles, los últimos años de su vida.

La voz de esta luchadora social de tiempo completo resuena en toda la estancia. Me saluda amable y pide silencio a “sus niñas” para que pueda grabar sin interrupciones: “Esta casa, que es única en su tipo en el mundo, surge porque también fui trabajadora sexual. Ahora estoy retirada, no digo para siempre, porque en cualquier momento se me puede presentar la necesidad y pues la voy a tomar”. Permanece imperturbable: “Al principio, siendo chamaca, no me daba cuenta de la situación que vivíamos las trabajadoras sexuales, me dedicaba a lo mío, pero al paso del tiempo —hace 15 años— tuve que empezar a trabajar de noche. Por el rumbo donde laboraba había mujeres que toda la noche la pasaban en la calle. Les preguntaba por qué y me decían que les había ido muy mal durante el día, no habían ganado nada, por lo tanto no tenían para pagar un cuarto de hotel ni para comer. Dormían en una banca, en una esquina”.

“Eso me dolió mucho como ser humano, como mujer y como trabajadora sexual, porque yo misma había pasado por experiencias de mucha hambre y humillación. Muchas veces observé cómo pasaba la gente y desde sus carros les arrojaban botellas con orines, les gritaban insultos; vivimos experiencias terribles. Entonces me viene la idea de conseguir un lugar donde ellas pudieran pasar la noche cuando no tuvieran dinero para pagar un cuarto de hotel”. Y la suerte decidió el destino: un día la fotógrafa Maya Goded trabajaba en un libro que retrataría a trabajadoras sexuales in situ; encontró a Carmen, quien al verla tomarle fotos, la increpó. Pero la fotógrafa iba acompañada de otra prostituta, quien le explicó lo que en realidad deseaban. Entre otras mil cosas hablaron de las ancianas que aún ahora laboran en la zona de La Merced vendiendo retazos de amor. El efecto dominó inició allí, pues una persona llevó a otra y a la otra hasta que la artista Jesusa Rodríguez se inmiscuyó de lleno en esta idea, moldeada por Carmen Muñoz y por “esas mujeres que han ofrecido su vida al oficio de las caricias, y que hoy reclaman su dignificación como ciudadanas”.

SUEÑOS LOCOS VUELTOS REALIDAD
Carmen Muñoz corrió con otra ventura, ya que al entrevistarse con Andrés Manuel López Obrador, entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de México —de quien, asegura, sólo tiene buenos conceptos—, recuerda cómo le dijo: “No te prometo nada, porque dependemos de muchas instancias. Qué te parece tener una reunión con esos organismos, se les explica todo esto y a ver en qué te podemos ayudar. Porque ése (el de las prostitutas) es un sector que tiene los mismos derechos que cualquier otro”.

Quince días después tuvieron una nueva reunión con el Instituto de las Mujeres, Patrimonio Inmobiliario, el Instituto de la Vivienda, el DIF, las delegaciones Iztapalapa, Benito Juárez, Cuauhtémoc y Venustiano Carranza. “Inmediatamente nos dieron becas para los hijos o nietos en edad escolar. Nos abrieron un programa de viviendas en el Instituto de la Vivienda; mientras estuvo López Obrador en el gobierno nos entregaron cuatro viviendas, y (con el cambio de gobierno) ya no volvimos a saber nada de nada. Nos dijeron en octubre de 2003, apenas un mes después de esa junta, que había una casa por Tlatelolco que nos podía proporcionar Patrimonio Inmobiliario; más pequeña, y en una zona muy conflictiva porque como está cerca de la avenida Manuel González y Eje Central Lázaro Cárdenas era peligroso que nuestras viejitas atravesaran esas arterias. Sin embargo, nosotras dijimos que sí. Lo que queríamos era una casa. Pero Patrimonio Inmobiliario se enteró de ésta —ubicada en la Plaza Torres Quintero, en la esquina de la calle del mismo nombre y República de Bolivia, en el Centro, a unas cuadras del Zócalo y la Merced— y nos citaron para verla. Vinimos una servidora, Jesusa Rodríguez, Marta Lamas, Elena Poniatowska, Luz Rosales, Luz Lozoya y nos encantó”. Carmen sabe que aún falta mucho por hacer, y que lo más difícil está por venir: volver autosuficiente este hogar. “No queremos vivir de la caridad, confiamos en que podamos poner una cocina económica. Estamos trabajando en este momento con la creación de joyería de fantasía de cuarzo y de plata, con ayuda de la organización no gubernamental Semillas, que apoyó al proyecto desde el inicio. “El día de la inauguración le decía a las compañeras: todo empezó como un sueño loco, pero hoy sé que los sueños locos se vuelven una realidad”.

Llama mi atención que Carmen se refiera a la casa como si se tratase de una persona, un familiar esperado desde hace mucho. Al final de la charla me quedo con la impresión de una simbiosis entre el inmueble y esta señora de piel luminosa: edificio derruido y remozado con sangre, sudor y piedras; mujeres reinventadas, cuyo paso por esta vida que se les termina se dignifica, y rescata con ello la esperanza de no volver a dormir entre hedores condensados y noches eternas.


PONERLE IMAGEN A LAS PALABRAS
Xochiquetzal conserva lo más que ha podido su diseño original. En esta vetusta construcción de más de dos siglos de antigüedad y de amplio patio, el decoro, el consuelo y la ilusión mojan sus pies en la fuente cantarina que recibe al visitante con sus alegres notas. Las habitaciones son grandes, de residencia antigua, y resguardan sueños y risas de corazones contentos, una televisión por aquí, un santo por acá, una silla más allá. Altares llenos de imágenes, de flores recién cortadas y de frases que podrían ayudar a entender eso que algunos llaman renacer: “Se siente bien bonito cuando una puede tener una casa a dónde llegar”, “Estoy muy contenta, muy a gusto”, “Aquí tenemos atención médica y psicológica”, “Casa, comida y sustento, qué más podemos pedir”, “Por eso trabajamos mucho en la joyería, en la casa misma”, “Porque si no fuera por Carmen, por Semillas, quién sabe qué hubiera sido de nosotras”.

“El 11 de febrero de 2006 se abrió el espacio con 10 mujeres, actualmente habitan 30 y esperamos albergar a otras 20; pero no fue sino hasta el 29 de diciembre de 2006 cuando se inauguró oficialmente por el entonces jefe de Gobierno, Alejandro Encinas”.

Al hablar de este albergue para ancianas Carmen Muñoz se muestra orgullosa: “La casa se llama Xochiquetzal porque significa varias cosas: flor hermosa, diosa de las ahuianime, una forma de nombrar a las mujeres alegres”. Recuerda Muñoz que en 2005 la cantante Eugenia León ofreció un concierto en el Teatro de la Ciudad a beneficio de este proyecto. Con lo recaudado arreglaron todas las puertas y ventanas. Aun cuando reciben ayuda, explica, la única entidad facultada para recibir y administrar donativos económicos es la Sociedad Mexicana Pro Derechos de la Mujer AC (Semillas).

SAN SEBASTIÁN MÁRTIR, RUEGA POR ELLAS
La Plaza Torres Quintero ofrece una estupenda vista lateral a las moradoras de Casa Xochiquetzal: un hermoso jardín con bancas antiguas. Cuentan los vecinos que en otro tiempo esta plazuela era de las más hermosas y visitadas, pero ahora se halla intransitable porque se ha convertido en un estacionamiento de franeleros rudos e indigentes incorregibles. Frente a la Casa se encuentra una de las iglesias más antiguas del país, la de San Sebastián Mártir. Edificada sobre lo que fue el Calpulli de Atzacoalco en 1531, en la esquina de Rodríguez Puebla y República de Bolivia, es Monumento Histórico desde el nueve de febrero de 1931. Dice Francisco Javier Clavijero en su Historia antigua de México: “Estaba la Ciudad de México situada, como ya hemos insinuado antes, en una isleta del lago salobre (…) Dividíase en cuatro cuarteles y cada cuartel en muchos barrios cuyos nombres mexicanos en gran parte se conservan hasta hoy entre los indios. Las líneas divisorias de los cuarteles eran las cuatro grandes calles correspondientes a las cuatro puertas del Templo Mayor. El primer cuartel, llamado Teopan (hoy San Pablo) estaba comprendido entre las dos calles que correspondían a las puertas oriental y meridional; el segundo, nombrado Moyotla (hoy San Juan) entre las calles correspondientes a las puertas meridional y occidental; el tercero, Tlaquechihucan (hoy Santa María) entre las calles correspondientes a las puertas occidental y septentrional, y el cuarto Atzacoalco (hoy San Sebastián) entre las calles correspondientes a las puertas septentrional y oriental…”.

Una casa para que ancianas prostitutas vivan dignamente sus últimos años, ubicada en una calle tomada por ambulantes y que según datos históricos forma parte de un populoso barrio —el de Tepito, aunque el código postal diga que es la colonia Centro—, cuyos orígenes datan de la época precolombina, sobreviviente a la conquista y a la modernización de nuestros tiempos y que comparte espacio con uno de los edificios religiosos más antiguos del país y del continente. Tres actores de una realidad que muestran un crisol de mundos diversos pero que cohabitan en franca armonía, se complementan para corroborar esto que algunos sabihondos han llamado realismo mágico.


MORIR EN LA CALLE
Isela, como Mariana o Juana o Pachita, rebasa los 70 años y continúa el duro ejercicio del trabajo sexual. Cuenta que a lo largo de más de 50 años de carrera ha visto morir a muchas compañeras en la calle, a manos de chichifos, ladrones, clientes, el frío, el hambre, la tristeza, la desesperanza. Estas callejuelas han visto de todo, “si pudieran hablar, qué no dirían”, acepta entre dientes, con un dejo de dolor. Ha vivido miles de historias, “y podría contarlas todas en una misma, es que todas parecen una calca de la otra”.

La luna se abre paso entre nubarrones, acompaña la silueta de esta mujer doblegada por la edad. Luego de caminar kilómetros de asfalto hace una parada y entra a la mole de piedra colonial. “Le rezo a San Sebastián, espero que me escuche porque si no imagínese, vaya que estaríamos jodidos”, sonríe apretando las manos. Allí, frente a la figura del santo mártir, atravesada por flechas, agradece cada día lo que les ha devuelto Casa Xochiquetzal a ella y a sus compañeras: la dignidad.

Carmen Muñoz, fundadora de la Casa Xochiquetzal.

1 comentario:

  1. Hola!
    la entrada de tu blog está muy buena, tú sabes si la casa tiene un mail en el que pueda contactar a su directora o tienes un número telefónico donde pueda hacer ese contacto? es para un documental :) en el que sería enriquecedor contar con la voz de las mujeres de este hogar.

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